Azul remendado

En el aparador del comedor de casa de mi abuela, había un juego de pocillos de loza pintados de azul. Me tenía enamorada y fui feliz el día que por fin alcancé a coger una de las tazas. No era nada especial, pero para mí era un tesoro aún no sé por qué.
Me tenía fascinada y aprovechaba cada ocasión para tocar aquellos pocillos, para ser consciente de lo finos que eran, observaba cómo los atravesaba la luz pq eran casi transparentes... hasta que un día uno se me escurrió de las manos y cayó al suelo rompiéndose en varios trozos. 
Mi abuela lo escondió para que nadie me dijera nada y una tarde lo pegamos entre las dos.  Quedó fatal obviamente, pq ya era un pocillo azul remendado, como los calcetines jeje, y una vez pegado, lo puso en la parte de atrás para que no se viera tapado con los otros. 

Esa imagen: los trozos, el mantel blanco sobre el que los pegamos, la luz que entraba y reflejaba el azul de los trozos en el mantel, las manos arrugadas de mi abuela...se me quedó grabada como un instante de belleza serena, de hogar, cariño, complicidad y de verano lento.

Y así es esta colección: azul, blanca, translúcida y con trozos unidos entre sí, como un recuerdo de que lo roto no deja de ser bonito. Solo cuenta otra historia.